jueves, 4 de febrero de 2016
Mujer colonizada
Según el diccionario de María Moliner, una de las acepciones del verbo ‘colonizar’ es “desarrollar una acción civilizadora en un país sobre el que se ejerce dominio”. Y eso fue lo que hizo el navegante genovés Cristóbal Colon al arribar al Nuevo Mundo. No podemos asegurar que haya sido “civilizadora”, precisamente, pero al menos fue una acción. El descubridor de América arribó a estas tierras en sus tres famosas carabelas: la Santa María, la Niña y la Pinta. Lo que este emprendedor hombre quizá no podía vislumbrar, por aquellas épocas, era que la empresa que comenzó en 1492 también serviría para “colonizar” a las mujeres a través de sus tres navíos. Tres nombres, tres estereotipos.
Estas tres ideas de lo que una mujer “tiene”, “debe” y “puede” hacer comenzaron a configurarse mucho antes de que España reclamara para sí la soberanía sobre las tierras “descubiertas”, y se han ido estableciendo, normalizando y asentando en nuestro imaginario colectivo como modelos únicos, intocables y sagrados, modelos que en la actualidad los medios de comunicación, y en especial la publicidad, se encargan de perpetuar.
En esta obra que convoca a la reflexión no se ve a un individuo de sexo femenino, sino a las tres facetas que cubren y esconden a una hembra bajo elementos, símbolos y sentencias impuestas por una sociedad paternalista. Es esta sociedad en la que nacemos, crecemos y vivimos la que crea ese “género femenino”, esa construcción simbólica y social que corta alas, que condena, que obliga.
A su vez las tradiciones, las canciones infantiles, los juguetes, las revistas, los diarios, las noticias, las ficciones y las publicidades nos bombardean desde la cuna; una cuna rosa, por supuesto. Allí la Niña aprenderá qué tiene que hacer y qué no, qué puede decir y qué debe callar. Planchas, escobas, cocinas de juguete y elementos de costura para “que sepa tejer, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar”. A jugar “a la casita”, claro está; nada de pelotas ni autitos, “esas son cosas de varones”, repite la abuela como un mantra sagrado.
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